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jueves, 7 de septiembre de 2017

Arte infantil como recurso.

En mi trabajo actual, asumiendo la dirección  del centro psique,  vengo explorando algunas preguntas en torno a la necesidad del niño de reclamar la formación artística como recurso central del desarrollo en la primera infancia.

Ahora mismo se nos brinda la posibilidad de relacionarnos con padres de familia, maestros y psicólogos que se interesan particularmente por el arte como recurso en la crianza, el acompañamiento pedagógico y las posibilidades terapéuticas que ofrece.



La imaginación  genera un espacio para  la emergencia del símbolo que permite vincular las necesidades del niño con sus propias intenciones, de tal suerte que se ofrece como vehículo para la metáfora,  tesoro esencial de la psique creativa.

Es necesario dotar de recursos materiales (lápices, marcadores, pigmentos, instrumentos, arcilla, plastilina… etc) el espacio de juego y permitir una exploración libre de prejuicios para acudir al encuentro del acto creativo en que el niño (sujeto en búsqueda de sentido) puede nombrar su experiencia en el mundo.

Cada recurso utilizado brinda la oportunidad al niño de configurar un lenguaje único, propio y autentico, de conectar su mundo interior con la realidad social a la que pertenece.  Así no es extraño escuchar algunos niños que nombran temas complejos relacionados con el maltrato infantil, la trata de personas o la violencia en las calles de nuestra ciudad, incluso algunos se arriesgan e intentan nombrar elementos más complejos de su realidad percibida.  


El interés fundamental del taller está orientado  al desarrollo íntimo de cada estudiante, su autenticidad y su percepción del mundo en contraposición a su capacidad para explorar técnicas diferentes en su afán por compartir su cosmovisión, su opinión y experiencia.



Luego surge la necesidad de generar espacios para compartir el relato que los chicos van tejiendo en torno a la humana necesidad de comunicar los aspectos más complejos de su experiencia y  anudarlo a la tarea de mantener el espíritu lúdico característico de la infancia. Así surgió la posibilidad de configurar unos escenarios de exposición  itinerante que se fueron  convirtiendo en el pretexto básico para hilar la búsqueda de sentido en contexto, y facilitar a ese sujeto-niño la posibilidad de configurar un lugar en el mundo adulto más acorde a sus necesidades e intenciones.


Fuimos aprendiendo que la intención puesta en el color y la línea como ejercicio esencial, permite materializar  la curiosidad, de tal suerte que el placer de nombrar ese espacio vacío entre la experiencia del sujeto, el pensamiento en su imagen, y la energía creativa que motiva la obra se plantean como un ejercicio de intima legitimidad frente al mundo del otro... en el escenario de la palabra y la mirada.  

Llegamos a pensar que, en éste caso, la imaginación es más importante que el conocimiento heredado, puesto que mientras la primera crea y transforma el mundo, la otra se enfoca en reconocer lo que ya sabemos. Con ello no queremos decir que el conocimiento no sea importante, en cambio pensamos que es la duda, la curiosidad y la sorpresa los motores primordiales  de éste trabajo.

Cabe aclarar, también, que el camino apenas inicia y tenemos mucha tela por pintar.