En mi trabajo actual, asumiendo la dirección del centro psique, vengo explorando algunas preguntas en torno a
la necesidad del niño de reclamar la formación artística como recurso central
del desarrollo en la primera infancia.
Ahora mismo se nos brinda la posibilidad de relacionarnos
con padres de familia, maestros y psicólogos que se interesan particularmente por
el arte como recurso en la crianza, el acompañamiento pedagógico y las
posibilidades terapéuticas que ofrece.
La imaginación genera
un espacio para la emergencia del símbolo
que permite vincular las necesidades del niño con sus propias intenciones, de
tal suerte que se ofrece como vehículo para la metáfora, tesoro esencial de la psique creativa.
Es necesario dotar de recursos materiales (lápices,
marcadores, pigmentos, instrumentos, arcilla, plastilina… etc) el espacio de
juego y permitir una exploración libre de prejuicios para acudir al encuentro
del acto creativo en que el niño (sujeto en búsqueda de sentido) puede
nombrar su experiencia en el mundo.
Cada recurso utilizado brinda la oportunidad al niño de
configurar un lenguaje único, propio y autentico, de conectar su mundo interior
con la realidad social a la que pertenece. Así no es extraño escuchar algunos niños que
nombran temas complejos relacionados con el maltrato infantil, la trata de
personas o la violencia en las calles de nuestra ciudad, incluso algunos se
arriesgan e intentan nombrar elementos más complejos de su realidad percibida.
El interés fundamental del taller está orientado al desarrollo íntimo de cada estudiante, su
autenticidad y su percepción del mundo en contraposición a su capacidad para
explorar técnicas diferentes en su afán por compartir su cosmovisión, su
opinión y experiencia.
Luego surge la necesidad de generar espacios para compartir
el relato que los chicos van tejiendo en torno a la humana necesidad de
comunicar los aspectos más complejos de su experiencia y anudarlo a la tarea de mantener el espíritu
lúdico característico de la infancia. Así surgió la posibilidad de configurar unos
escenarios de exposición itinerante que se fueron convirtiendo en el pretexto básico para hilar la
búsqueda de sentido en contexto, y facilitar a ese sujeto-niño la posibilidad
de configurar un lugar en el mundo adulto más acorde a sus necesidades e
intenciones.
Fuimos aprendiendo que la intención puesta en el color y la
línea como ejercicio esencial, permite materializar la curiosidad, de tal suerte que el placer de
nombrar ese espacio vacío entre la experiencia del sujeto, el pensamiento en su
imagen, y la energía creativa que motiva la obra se plantean como un ejercicio de
intima legitimidad frente al mundo del otro... en el escenario de la palabra y
la mirada.
Llegamos a pensar que, en éste caso, la imaginación es más
importante que el conocimiento heredado, puesto que mientras la primera crea y
transforma el mundo, la otra se enfoca en reconocer lo que ya sabemos. Con ello
no queremos decir que el conocimiento no sea importante, en cambio pensamos que
es la duda, la curiosidad y la sorpresa los motores primordiales de éste trabajo.
Cabe aclarar, también, que el camino apenas inicia y tenemos
mucha tela por pintar.
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